La secularización reinante en nuestro mundo nos provoca tristeza. Dios no es ni reconocido ni amado. El bien parece frágil y poco relevante. Sin embargo, Cristo fortalece nuestra esperanza pues, algún día, su victoria será plena, visible y definitiva. Todos le reconocerán. Aunque en apariencia frágil, su poder ya comienza a conquistar el mundo.